Abstract
In 2010, the José María Lafragua Historical Library (Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla) and the Franciscan Library (Universidad de las Américas
Puebla - Province of the Holy Gospel of Mexico) published the “Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego” (CCMF). Marcas de fuego (fire brands) are burned imprints made
with a heated iron instrument that capture the distinctive seal of a book’s
owner on one or several of the volume’s edges. The use of marcas de fuego to claim ownership over books proliferated mainly
in conventual libraries during the Colonial period in Mexico.
The first priority of CCMF was to go online with an initial selection of 120
marcas de fuego from various convents,
institutions, and individuals, in order to show the variety of provenance that
can be found in the print and manuscript collections of colonial libraries.
Arriving at this first stage of the project did not present exceptional
complications since it started as a collaboration between only two institutions.
As other libraries joined, however, it became necessary to work systematically
to standardize provenance as well as the names of authors. The complexities of
standardization and international collaboration are examined in this article, as
well as our experiences trying to make the catalog a reliable instrument for
other institutions that hold books that bear marcas de
fuego.
This article considers the inception and development of the project to date,
looking in particular at the experience of coordinating the efforts of multiple
institutions in different countries. We offer this essay as a case study and
analysis that may serve for other similar projects, especially in Latin America.
1. Antecedentes
Este artículo considera el Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego, una iniciativa
de la Biblioteca Histórica “José María Lafragua”
(Benemérita Universidad Autónoma de Puebla) y de la Biblioteca Franciscana
(Universidad de las Américas Puebla — Provincia Franciscana del Santo Evangelio
de México) a la que se han sumado varias otras instituciones. Se trata de un
proyecto que estudia las «marcas de fuego», que son improntas carbonizadas
realizadas con un instrumento de hierro, el cual se calienta lo suficiente para
plasmar un sello en un canto o varios de un libro. Este marcaje se creó con la
intención de denotar pertenencia a un convento, un hospital, un seminario, un
colegio o una institución académica, incluso a un propietario particular,
mediante el uso de emblemas, monogramas o nombres completos. Las anotaciones
manuscritas no eran suficientes pues, al colocarlas en las portadas, con mucha
facilidad eran desprendidas, con lo que desaparecía el vestigio de su antiguo
poseedor. La práctica se centró en el periodo virreinal, especialmente en
territorios que estuvieron bajo el dominio de la Corona española. Sin embargo,
su proliferación fue mucho mayor en la Nueva España — colonia española cuyo
territorio corresponde actualmente a México — , aunque se han registrado casos
en Perú y en Europa, específicamente en Catalunya y en el sur de Italia.
El Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego considera el fenónemo de estas
improntas dentro del contexto de las librerías conventuales de la Nueva España.
Tales colecciones pasaron por dos momentos fundamentales de dispersión: la
expulsión de los jesuitas de tierras americanas en 1767 y la exclaustración que
tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Como resultado de ambos fenómenos,
la gran mayoría de estas librerías pasaron a instituciones estatales. Se trata
de un proceso que también posibilitó el eventual robo de algún ejemplar para ser
vendido a coleccionistas, quienes a veces directa o indirectamente terminaron
donando sus bibliotecas a instituciones públicas o universitarias, más no
necesariamente a aquellas que reúnen la colección de origen. Las «marcas de
fuego», por lo tanto, consituyen una vía importante para entender mejor el
proceso de dispersión de las bibliotecas conventuales, y en un contexto más
amplio, la historia del libro y la cultura escrita en el mundo novohispano.
El estudio de las colecciones de «marcas de fuego» en los conventos de la Nueva
España data por lo menos de 1925, cuando Rafael Sala publicó el primer catálogo
impreso. A partir de su trabajo se publicaron otros que constituyen una
referencia de los primeros esfuerzos por identificarlas.
[1] La mayoría de estos catálogos reportan las «marcas de
fuego» ubicadas en una determinada institución, constituyendo herramientas de
utilidad para el resto de las instituciones que son depositarias de libros con
este tipo de marcajes. Dichas publicaciones tienen dos limitaciones, sin
embargo. Primero, son ediciones que, en general, ya no se pueden adquirir.
Segundo, registran muchas marcas como “no
identificadas”, y cuando se aclara su procedencia, los repertorios
impresos ya no se pueden actualizar. Conscientes de ello, en 2006, la Biblioteca
Histórica “José María Lafragua” de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla (en adelante, BUAP) se planteó la creación de un
catálogo digital solo de sus «marcas de fuego» que permitiera consignar su
presencia como elementos históricos en sus colecciones bibliográficas. Se
trataba de un proyecto pionero entre las bibliotecas de fondo antiguo de
México.
1.1 Los primeros pasos de un proyecto digital
El proyecto nació con la gestión del personal de la Biblioteca
Lafragua
[2] y se publicó la primera
versión en el año 2006, reuniendo un centenar de las improntas más
representativas de la biblioteca que pertenecían justamente a las
instituciones religiosas masculinas de la ciudad. Muy pronto, el proyecto
volvió evidente la necesidad de contar con la facilidad de poderse
actualizar, y en poco tiempo, la interfaz utilizada dejó entrever las
dificultades no consideradas. Por otro lado, a partir del estudio de estas
mismas improntas por colegas de la propia ciudad, se vislumbró la necesidad
de que fuera un trabajo colaborativo interinstitucional con el objetivo de
reunir virtualmente las colecciones originales.
A escasos tres años de su puesta en línea inicial, la Biblioteca Lafragua
consideró invitar a la Biblioteca Franciscana de la Universidad de las
Américas Puebla (en adelante, UDLAP) y de la Provincia Franciscana del Santo
Evangelio de México para generar un catálogo conjunto. Durante las primeras
reuniones se pensó en involucrar a las otras dos instituciones poblanas que
también resguardan libros marcados para plantear un catálogo regional. De
manera conjunta, se invitó a la Biblioteca Palafoxiana y al Museo de Arte
Religioso del Ex Convento de Santa Mónica del Instituto Nacional de
Antropología e Historia. Conforme se fue trabajando con estas instituciones,
hubo interés de otros acervos por unirse al proyecto, por lo que se
replanteó su alcance de nivel regional a nacional con el fin de dejar
abierta la posibilidad a que futuras instituciones pudieran incorporarse.
Poco se vislumbraba entonces del interés que tendría en otros países.
Para que constituyera una herramienta bibliotecológica, se estableció una
metodología de trabajo, la cual fue publicada en el libro Leer en Tiempos de la Colonia: imprenta, bibliotecas y
lectores en América (2010). Aquella metodología fue ajustada
posteriormente conforme su implementación real nos puso de frente a
situaciones no contempladas desde una proyección teórica. Dicha metodología
consta de tres documentos base: los lineamientos para la creación de la
ficha descriptiva de cada marca de fuego, las pautas para su registro
fotográfico y una guía auxiliar para la captura en el software xmLibris®, desarrollado por la UDLAP. Tales
documentos constituyen el punto de partida para capacitar a nuevas
instituciones que se suman al proyecto.
La nueva versión del catálogo salió a la luz en noviembre de 2010 con el
nombre de “Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego”
(en adelante, CCMF) en el marco del Segundo Encuentro de Bibliotecas con
Fondos Antiguos, celebrado en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Muy tempranamente se empezaron a integrar otras instituciones: la Biblioteca
Eusebio Francisco Kino de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, el
Seminario Guadalupano Josefino de San Luis Potosí y la Biblioteca Pública de
Colecciones Especiales “Elías Amador” de
Zacatecas. El corpus de improntas procedentes solo de estas
instituciones iniciales enriqueció en mucho las que se habían incluido en el
primer catálogo de la Biblioteca Lafragua, lo que permitió que se empezara a
reconocer como una herramienta bibliotecológica útil para que otras
bibliotecas, aunque no participaran en ese momento, iniciaran con la
identificación de sus propias marcas.
Desde las primeras fases de la puesta en marcha del proyecto, todas las
instituciones participantes tuvimos clara la necesidad de generar un listado
de autoridades. Sin embargo, ante la prioridad de robustecer la cantidad de
improntas en el catálogo, este punto quedó sin atenderse por varios años,
cuando el catálogo alcanzó las 450 fichas descriptivas. Esta acumulación de
material nos puso de frente a la dificultad que implica normalizar las
referencias provenientes de distintas instituciones, pues hay que recordar
que sus fondos están conformados por colecciones de instituciones
coloniales, así como de antiguos poseedores con peculiares trayectorias
históricas.
Normalización de instituciones de procedencia
Normalizar las instituciones de procedencia resultó ser un problema, a pesar de
que constituye una actividad inherente del proceso de catalogación. Una realidad
latinoamericana constatada recientemente con colegas bolivianos y peruanos
estriba en que muchas instituciones iniciaron procesos de catalogación de libros
antiguos con personal que no había sido formado en Biblioteconomía o Ciencias de
la Información. En algunas ciudades de estos países, incluido México, no se
imparte esta formación académica. Por tanto, cada institución que participa en
el catálogo ha establecido su propia forma de asentar instituciones de
procedencia, y al reunirlas se generaron una variedad de entradas que luego fue
necesario normalizar.
A lo anterior hay que agregar otra situación complicada en México, que no sucede
incluso en otros países latinoamericanos: la Biblioteca Nacional, que debería
ser la institución rectora, encargada de emitir tanto un canon de autoridades y
de instituciones de procedencia como tal, no lo provee para todas las
bibliotecas del país. Entendemos que esto puede sorprender a lectores de otros
países cuyas sus bibliotecas nacionales constituyen un órgano rector en materia
bibliográfica, por lo que la normalización de la información catalográfica no es
un reto a resolver.
Cabe hacer mención que las instituciones coloniales también presentan una
complejidad para definir una fórmula única para su denominación. Por ejemplo, en
la ciudad de Puebla, el convento franciscano de santa Bárbara recibió tal nombre
por su advocación, como observa la crónica de la orden de Agustín Vetancurt:
“El convento de los descalzos de N. P. S. Francisco goza
el título de Santa Bárbara, que es patrona de la ciudad por los
rayos” ([
Vetancurt 1982, 45] ver también [
Corvera 1995, 99]. Sin embargo, fue más conocido como san
Antonio debido a la gran devoción a
san Antonio de
Padua que tuvo desde tiempos coloniales. Los mismos franciscanos optaron por
impronta un monograma muy conocido como SATO (ver imagen 1). Cuando se desata el
monograma se lee
san Antonio. ¿Por qué no usaron
una «marca de fuego» vinculada a la santa a la que estaba dedicado el templo
desde 1611?
El convento de san Francisco de Puebla es otro caso con múltiples variantes en el
nombre al hacer su registro:
Convento de las Llagas de san
Francisco de Puebla, Convento de Nuestro Padre san Francisco de Puebla,
Convento de N.P.S. Francisco de Puebla (incluso con la variante de
agregar espacios tras las iniciales abreviadas: N. P. S.) y
Convento de san Francisco de Puebla. En una primera etapa de
trabajo en el CCMF, estas variables se conjuntaron en una sola, a partir de
consultar la crónica Vetancurt [
1982, 48],
quien cita: “En la insigne Ciudad de la Puebla de los
Angeles [….] está el Convento dedicado a las llagas de N. P. S. Francisco,
donde moran más de 70 Religiosos…”
Solo por mencionar otro caso más, el convento mercedario de Puebla fue registrado
como Convento de san Cosme y san Damián de Puebla, aunque popularmente fue y es
todavía conocido como
Convento de la Merced o Convento de
Nuestra Señora de la Merced. Vetancurt [
1982, 55] lo cita así: “El convento de N. Señora
de la Merced es Comunidad muy grave y Docta, la Iglesia es de las mejores
fabricas de la Ciudad, con haver muchas.”
Estos tres casos ejemplifican la cantidad de opciones que cada compilador del
proyecto tuvo de frente para designar la institución de procedencia de una marca
de fuego. Algunos optaron por la más completa o la más conocida. En el primer
catálogo digital de la Biblioteca Lafragua se optó por usar Convento de las Llagas de san Francisco de Puebla. Tras el proceso
de normalización realizado en 2018, la entrada se modificó para todas las marcas
procedentes de dicho convento para quedar como Convento de
san Francisco (Puebla, Puebla).
Pero ¿con base en qué se tomó tal decisión? El responsable de Catalogación de la
Biblioteca Lafragua revisó varios catálogos de procedencias para entender cómo
estaban llevando a cabo la normalización en otras latitudes. Identificó que es
común utilizar una forma abreviada. Además, tras consultar artículos académicos
y libros en los que se citan a estos conventos, pudo localizar el nombre por el
que es más conocido. De esta manera, para el caso específico del CCMF los
registros ahora muestran una homogeneidad en la forma como son mencionadas estas
instituciones como antiguos poseedores de las marcas de fuego. Sin embargo,
somos conscientes que idealmente se debería construir un catálogo nacional, que
funcionara como el VIAF (Virtual International Authority File) de OCLC,
permitiendo la visualización de las múltiples variables ya mencionadas y
asegurando que todas estén bien documentadas.
Por otro lado, con los miembros que contribuyen a ampliar este catálogo hemos
tratado de generar entre todos una red de apoyo, pues es una realidad de las
bibliotecas mexicanas con fondos antiguos que no todas cuentan con suficientes
libros de referencia de los cuales servirse para documentar bibliográficamente
las diversas instituciones de procedencia. A veces ha sido necesario investigar
o saber sobre las provincias de las diversas órdenes religiosas, sobre las
instituciones seglares o sobre los diferentes coleccionistas particulares que
también optaron por el uso del marcaje con fuego para sus libros en otros
lugares. En los últimos cinco años, se ha documentado una gran parte de las
instituciones de procedencia mediante referencias bibliográficas.
Normalización de antiguos poseedores
Seguido de la normalización de las instituciones de procedencia, para el caso
específico de la Biblioteca Lafragua, fue necesario hacer casi en paralelo la
normalización de sus antiguos poseedores. Entre los miles de libros antiguos que
en ella se resguardan hay algunos que tuvieron más de un dueño. Algunos fueron
de frailes o seglares que al fallecer legaron sus bibliotecas personales. Otros,
por diferentes motivos y con el correr del tiempo, llegaron a coleccionistas
particulares ya entrado el siglo XIX o incluso el XX, y también tras su muerte
sus libros terminaron en alguna biblioteca pública, como es el caso del Colegio
del Estado de Puebla, antecesor directo de la BUAP.
Al incluir estos casos en el sistema administrador de bibliotecas, se había
utilizado una etiqueta MARC 500 para indicarlos. Sin embargo, al ser un dato no
indexado, era poco recuperable por los investigadores y por los propios
bibliotecarios. Por ello, se decidió volver a muchos registros ya catalogados
para asentar las instituciones de procedencia en una etiqueta MARC 700 de
coautores.
[3] Lo mismo sucedía para el caso de los antiguos
poseedores.
Por ejemplo, la Biblioteca Lafragua conserva un libro del franciscano Lucio
Ferraro Soler, intitulado: Prompta bibliotheca Canonica,
Juridico-Moralis Theologca, : partim Ascetica, Polemica, Rubricistica,
Historica de principalioribus, & fere Omnibus ... ac in octo tomos
distributa, impreso en Venecia por Francisco Storti en 1752
(Referencia 13321. CCMF: BJML-9001). El ejemplar registrado posee dos marcas de
fuego. Una de ellas corresponde al Seminario Conciliar de México y otra que
hasta la fecha no se ha podido identificar (CCMF: BJML-16013, BJML-16013.01 y
BEFK-16013.02). Adicionalmente, en la portada el libro tiene la siguiente
anotación manuscrita: “Se vendio en 21 de julio de 1783 con
superior licencia. Man[ue]l de Omaña. Rector”, [Rubricado] (ver
imagen 2). Tiempo después, se incluyeron en el CCMF dos ejemplares más de la
Biblioteca Eusebio Francisco Kino de la Provincia Mexicana de los Jesuitas con
las mismas improntas, que además poseen la misma anotación manuscrita de Manuel
de Omaña.
En las fichas catalográficas de la Biblioteca Lafragua, se habían incluido tales
transcripciones en la etiqueta 599, que corresponde a la sección de notas
locales del formato MARC. Aunque es útil que estén mencionadas allá, no resultan
recuperables cuando se quiere contabilizar los libros que en su momento
pertenecieron al citado rector don Manuel de Omaña. Para la ficha del CCMF se
asentó la siguiente información:
Manuel de Omaña y Sotomayor
(1735-1796). Clérigo católico novohispano, nacido en Tianguistenco
en 1735, doctor en Teología, Cura del Sagrario y Canónigo Magistral
de la Catedral Metropolitana de México, rector del Real y Pontificio
Colegio Seminario Conciliar de México, hermano de Gregorio José de
Omaña y Sotomayor [1729-1799, Rector de la Real y Pontificia
Universidad de México, obispo de Oaxaca]. Se recuerda a Manuel Omaña
principalmente por haber sido coautor, junto con José de Uribe, del
«Dictamen sobre el sermón que predicó el padre doctor fray Servando
Mier el día 12 de diciembre de 1794»
[Fundación Gustavo Bueno 2008].
Incluir a Manuel de Omaña y Sotomayor en una nota 700 nos permite ahora esa
recuperación como antiguo poseedor dentro de una biblioteca que en primera
instancia estaría registrada solo como perteneciente al Seminario Conciliar de
México, otro antiguo poseedor.
Otro ejemplo se identificó en los libros pertenecientes al convento de la Santa
Veracruz y de san Felipe Neri de Puebla. El libro de don Juan de Palafox y
Mendoza intitulado Vida interior del ilustrissimo
excelentissimo y venerable Señor D. Juan de Palafox y Mendoza ... Obispo de
la Puebla de los Angeles Arçobispo electo de Mexico ... y Obispo de la Santa
Iglesia de Osma : copiada fielmente por la que el mismo escriuio con titulo
de Confessiones y Confusiones que original se conserva oy en el Archivo del
Convento de S. Hermenegildo de Madrid de la Esclarecida Religion de
Carmelitas Descalços, impreso en Sevilla por Lucas Martin en 1691
(Registro en CCMF: BJML-8011), el cual posee otra anotación manuscrita en la
guarda volante anterior que dice: “De el Cura de San
Dionicio Jauquemeca Don Luis de Priego y Peregrina [Rubricado]”.
Jauquemeca hace referencia a la Iglesia, hoy parroquia, de san Dionisio
Yauhquemecan en el estado de Tlaxcala, México. Cuando se seleccionó este
ejemplar para el CCMF, solo se conocía el nombre de dicho cura, quien no
perteneció al Oratorio de san Felipe Neri.
Al realizar un registro de las marcas de fuego de dicho convento — para su
posterior cotejo contra un inventario manuscrito localizado en la propia
biblioteca — se encontró otro libro de Alonso Núñez de Castro titulado
Corona gotica castellana y austriaca tercero tomo : escrivense
las vidas de San Fernando el Tercero, Don Alonso el Sabio, Don Sancho el
Bravo y Don Hernando de Quarto ..., impreso en Madrid por Andrés
García de la Iglesia, a costa de Gabriel de León en 1677. Al hojear el libro, en
el folio 26 se halló la siguiente anotación manuscrita:
Este
libro y todos los q[ue] estan firmado[s] en el fol. 26 donó a la libreria
del Oratorio de N[uestro] P[adre] S[an] Phelipe Neri desta Ciudad de la
Puebla el L[icencia]do D[o]n Luis Priego Peregrina Cura q[ue] fue de S[an]
Dionicio [texto tachado: juridicion] de la Provincia de
Tlaxcala.
Tras su lectura, fue necesario ampliar el registro actualizándolo con esta nueva
información, que nos obligó adicionalmente a volver al inventario de libros que
se estaba cotejando contra ejemplares para revisar el folio 26 antes ignorado.
Hubo que verificar si contenía esta misma leyenda y registrar los datos de los
ejemplares que en su momento pertenecieron al cura Luis Priego Peregrina.
Gracias a la maestra Viridiana Vera Gracia, se pudo tener acceso a una Memoria de san Felipe Neri de 1651. El documento no
ahonda mucho respecto de la conformación de su librería. Solo algunas veces se
menciona que se “haya mandado a hacer un inventario”,
y de los pocos que en teoría se llevaron a cabo nunca se reportaron los
resultados arrojados. Sin embargo, la Memoria de
Libros del año 1756 es prueba que sí se realizaron. Para el caso de
la Vida de Juan de Palafox quedó asentada de la
siguiente manera: “Vida Interior del Venerable Señor Don
Juan de Palafox. 1 ejemplar” en la sección “Vidas
de Santos en 4º”.
Comunicación de acuerdos a las instituciones participantes
Coordinar un catálogo con aportaciones colectivas que está en constante
crecimiento implica también comunicar a los compiladores de las instituciones
participantes las decisiones que se implementan en su interior. Esto es
importante para que las nuevas descripciones que se incluyan estén apegadas a
estas nuevas pautas. También es importante mencionar que toda modificación exige
actualizar la metodología que se comparte con las nuevas instituciones. Si bien
tratamos de que estos acuerdos se respeten, como este catálogo no parte de una
institución rectora, no podemos exigir a los compiladores que implementen tales
cambios en sus propios catálogos e inventarios. Aunque todo nuevo lineamiento al
interior del catálogo es comunicado mediante un informe o cuando se organiza un
encuentro, con mucha frecuencia las modificaciones no se verán de la misma
manera reflejadas en sus propios catálogos por varios motivos.
Primero, es una realidad que muchas bibliotecas aún no cuentan con un catálogo
automatizado, lo que impide conocer la riqueza de descriptores que esos acervos
han determinado como prioritarios para dar servicio a sus investigadores e
identificar sus propios materiales desde los instrumentos con que cuentan.
Segundo, puede darse el caso de que las bibliotecas que sí cuentan con un
catálogo automatizado, debido a sus políticas internas de catalogación, no
permitan tal modificación pues ello implicaría cambiar el resto de sus
registros. En algunos casos el compilador designado no necesariamente realiza
las funciones de catalogador en su propia institución. Por lo tanto, puede
suceder que no lo comuniquen a los responsables del catálogo automatizado.
Por último, en cuanto a procesos de catalogación del libro antiguo, algunas
bibliotecas no han entrado a un tercer nivel de profundidad. Los datos
específicos de antiguos poseedores, si bien pueden brindar interesantes noticias
de personajes muy distinguidos e ilustres, no constituyen datos
“medulares” en las políticas de catalogación de algunas
instituciones. Ellos han optado por generar un catálogo con menor profundidad en
sus descripciones para que en un tiempo relativamente breve, dependiendo de la
dimensión de volúmenes, puedan dar cuenta a los investigadores de la riqueza del
acervo que se tiene en resguardo.
La falta de personal al interior de las instituciones también complica estas
tareas de volver una y otra vez a pulir registros. En muchas instituciones,
incluso en el ámbito anglosajón, se cuenta con una sola persona a cargo de las
así conocidas “colecciones latinoamericanas” o de
“libros raros y curiosos”, la cual tiene que
cubrir las funciones que otras instituciones se distribuyen entre más capital
humano. Si a esto se suma que la biblioteca cuente con un gran número de
ejemplares por catalogar, imposibilita todavía más afinar y pulir registros a
partir de los acuerdos que surgen desde el catálogo.
A lo anterior hay que agregar otros panoramas: hay instituciones que en un
momento dado expresaron su voluntad de vincularse al proyecto, pero por
frecuentes cambios de personal — de todo tipo y en todos los niveles — termina
por perderse la comunicación. En muchos casos los nuevos directivos ya no
muestran interés y no hacen caso a los cambios implementados en el catálogo. En
el mejor de los casos, estos resultan mucho más interesados en el tema, aunque
esto nos pone de frente a otra tarea: capacitar de nueva cuenta a su
personal.
Aportación y alcance del Catálogo Colectivo de Marcas de Fuego
En la primera fase del catálogo no se consideró integrar a bibliotecas fuera de
México porque lograr que al menos la mayor parte de las bibliotecas con libros
marcados en territorio nacional ya era todo un reto. Sin embargo, cuando el
catálogo estuvo disponible en línea, empezamos a recibir mensajes electrónicos
que nos permitieron dimensionar la utilidad del catálogo en la identificación de
esos pocos ejemplares en sus colecciones, pero que constituyen los libros que
mayor dispersión han tenido. El esfuerzo colaborativo que han posibilitado estos
contactos nos lleva a la conclusión de que el conocimiento se construye entre
todos. Solo en la medida que se haga un esfuerzo por concentrar las
investigaciones y aclaraciones a muchos supuestos, contaremos con un catálogo
más certero hasta donde es posible, y que pueda ser editable fácilmente para no
dilatar indefinidamente un equívoco.
Los catálogos impresos que empezaron a aparecer en 1925 con el de Rafael Sala,
Carlos Krausse (
1989), Manuel Villagrán (
1992) y David Saavedra (
1994) no tuvieron reediciones salvo la de
Villagrán en 2002, a la que se suma una nueva, muy local, de Javier Guerrero
Romero (
2016) sobre las marcas en Durango.
Salvo la última, son ediciones que ya no se pueden adquirir por lo que el CCMF
se ha vuelto un instrumento vital de referencia, mucho más completo y
actualizado.
Ahora bien, dado que esos buenos esfuerzos fueron recopilaciones sobre un acervo
contienen errores de identificación que no es nuestra intención juzgar. Cada
autor realizó una atribución con la mejor intención de ofrecer y conjuntar la
información con la que contaba en el momento y con los medios a su disposición.
Es imposible que una persona sea experta en todas las procedencias de este tipo
y más en un país donde esta forma de marcaje fue prolija. Aún ahora, en el CCMF
resulta más abundante la colección de marcas “no
identificadas” dado que muchos libros, por algún motivo se
desvincularon de su conjunto original y han terminado en repositorios lejanos
como casos aislados o excepcionales. Esto nos lleva a la conclusión de que el
conocimiento se construye entre todos, y solo en la medida que se haga un
esfuerzo por concentrar las investigaciones y aclaraciones a muchos supuestos,
contaremos con un catálogo más certero hasta donde es posible; y que pueda ser
editable fácilmente para no dilatar indefinidamente un equívoco.
Para explicar con mayor detenimiento esta dinámica colaborativa, ofrecemos dos
ejemplos. El primero es precisamente uno de los primeros casos a los que nos
enfrentamos en las etapas iniciales del catálogo. En 2006, la Biblioteca
Lafragua registró una impronta como “marca no
identificada” ante el desconocimiento de que en el Archivo Histórico
del Fideicomiso Colegio de Historia de Tlaxcala residían los libros con esa
misma marca de fuego y otras variantes pertenecientes al convento de san
Francisco de Tepeyanco, municipio de aquel estado (ver imagen 3). Tras haber
entrado en contacto con su personal se realizó una visita a sus instalaciones y
pudimos ver varios ejemplares que nos permitieron definir la correcta
procedencia de nuestro ejemplar. Tal encuentro fue el punto de arranque para
integrar al Archivo al proyecto registrando justamente el libro modelo para esa
impronta.
El segundo ejemplo se trata de la marca localizada en un ejemplar, también único,
de la Biblioteca Franciscana. Se registró originalmente como “marca no identificada”. Ya incorporada, la Biblioteca
“Sören Kierkegaard” de Maná,
Museo de las Sagradas Escrituras, contribuyó a aclarar que se
trataba de una marca perteneciente al convento dominico de la Piedad (Atlexuca,
ciudad de México).
El alcance del catálogo también nos ha permitido tener contacto con
coleccionistas particulares y con anticuarios interesados en entender qué tipo
de impronta posee algún ejemplar raro que se pondrá en venta eventualmente.
Cuando se trata de colecciones familiares, ha sido notorio su interés por
conocer sobre la procedencia de algún ejemplar de sus bibliotecas, aunque no les
resulta atractivo sumar el ejemplar al proyecto. Entendemos el temor de hacer
pública su posesión aun cuando se les ofrece mantener su identidad en estricta
confidencialidad.
En el caso de los anticuarios, sucede lo contrario, pues la correcta atribución
de las «marcas de fuego» enriquecen la descripción, volviendo el ejemplar más
atractivo para un posible comprador. En algunos casos, estas aportaciones nos
han permitido ampliar el catálogo, aunque somos conscientes de que el ejemplar
cambiará de propietario, con la consecuente y evidente posibilidad de que se le
perderá el rastro otra vez. Los libros siguen moviéndose, inevitablemente. En el
libro de Katia Cestelli y Anna Gonzo (2008), Paola Ricardi, menciona:
las colecciones, los fondos y las bibliotecas
casi siempre, en un momento o en otro de su vida (en general al final, o
al momento de un término temporal) se han dispersado, por tanto, han
dejado su sede habitual para ser transferidos a otro espacio por venta
(subastas o venta al menudeo, etc.) donaciones o por otros
cataclismos.
Pensar en un ejemplar que llega a una ciudad como Miami, la Habana o Montreal,
por mencionar solo tres, significa que para las nuevas instituciones custodias
resultará muy difícil su adecuada identificación al convento o a la institución
novohispana de donde provenía, si no es a partir de catálogos como el CCMF, que
reúnen una gran cantidad de “sellos”, como se les mencionaba en tiempos de
la Colonia, pues las «marcas de fuego» no fue una práctica común en otros lados.
Para los catalogadores de estos países es todavía más complicado si además
carece de algún testimonio que permita vincularlo a su verdadera institución de
procedencia.
Aunque algún ejemplar contenga alguna anotación manuscrita que nos refiera a
algún nombre (antiguo poseedor), para determinar su procedencia debe emplearse
un tiempo y trabajo considerable, pues a veces hay que recurrir a fondos
documentales para conocer algo sobre esa persona. Tenemos dos casos de dos
marcas que siguen como no identificadas; una de ellas dice claramente “RIOS” (BJML-16003), pero desconocemos el nombre
completo de su poseedor, su profesión o de dónde era originario. Otra es un
monograma que se ha desatado como “LARA”
(BJML-15016), aunque también podría desatarse como “LOERA”, la cual fue localizada en cuatro ejemplares de la Biblioteca
Lafragua que además poseen en otro canto una «marca de fuego» del convento del
Carmen de Puebla.
Estos casos donde confluyen dos improntas diferentes son fascinantes. ¿Por qué
solo esos tres libros, inmersos entre todo el conjunto de libros de este
convento tienen esa marca? ¿Es posible que una persona de apellido Lara, o
Loera, se los haya donado? Y si es así, ¿dónde está el resto de sus libros?
Hasta ahora, el alcance más alentador para el equipo fundador del catálogo ha
sido el conocimiento e integración de las improntas generadas en territorios
bajo dominio de la Corona española que no estuvieron vinculadas a conventos de
Nueva España. Si bien Carlos Krausse [
1989, 1]
señaló que fue una práctica que se gestó en España y sus colonias (incluyendo
Guatemala, Nicaragua e Islas Filipinas) no podemos asegurarlo. En su artículo
“El fuego y la tinta, testimonios de bibliotecas
conventuales novohispanas”, la doctora María Idalia García (2003) ha
incluido tres conclusiones de por qué no parte esta práctica en España, y
coincidimos con ella.
Cuando publicó su artículo hizo mención de que tenía noticias de dos marcas de
fuego del convento dominico de santa Caterina de Barcelona, en Catalunya. Hoy
día, tres ya están visibles en el catálogo (ver imagen 4), cuya existencia nos
obliga a preguntar cómo llegó hasta allá esta práctica. La tesis doctoral en
curso de Marina Ruiz Fargas sobre “La Biblioteca de Santa
Caterina i el seu benefactor, Tomàs Ripoll” esperemos aclare más
puntos respecto de esta práctica en Catalunya. El tema, fascinante, aún plantea
muchas preguntas que no podemos todavía responder.
La tercera marca de fuego de Barcelona, no referida por García, fue catalogada
como “franciscana no identificada”, y se intuye que
tal vez podría provenir de algún convento italiano (ver imagen 5). Por el doctor
Edoardo Barbieri [
2003, 278-282], se tiene
noticia de marcas en san Pietro di Silki y san Francesco di Ozieri, y otras dos
en Cerdeña. En san Pietro Silki se localizó una impronta con las iniciales
“SP”, haciendo alusión a san Pietro, y otra con las
iniciales “SPS” para san Pietro di Silki. En la actual
Biblioteca Provincial Franciscana de san Pietro también se localizó otro
ejemplar con una impronta constituida por tres iniciales
“SFO” con la que se hace alusión a san Francesco di
Ozieri. Desafortunadamente no contamos con una imagen de estas tres marcas
mencionadas, pero sí de otra impronta con las iniciales “SMP”
para el convento de santa María della Pietà. En su sencillez las improntas
italianas que Barbieri incluyó en su artículo, aunado a ésta, presentan cierta
similitud al resumirse a meras iniciales y solo se diferencian en que mientras
la de la Pietà son tres letras seguidas, en la de Barcelona las iniciales se
entrelazan en un monograma. No podremos estar completamente seguros de dicha
aseveración hasta localizar alguna vez el conjunto de libros que comparten la
marca catalogada como UB-12102.
En el ámbito de las humanidades, el catálogo también ha sido una herramienta de
apoyo para otro tipo investigaciones. Por ejemplo, para su investigación
doctoral sobre el libro flamenco y los lectores novohispanos, César Manrique
Figueroa (2019) se apoyó en el CCMF dado que le era vital conocer los antiguos
poseedores de los impresos provenientes de los países bajos. En otro ejemplo,
para su estudio sobre la librería de la Real y Pontificia Universidad de México,
Manuel Suárez Rivera utilió el CCMF para corroborar cada ejemplar, las «marcas
de fuego» en los cantos eran claves.
[4]
A lo largo de diez años, el CCMF cuenta con varias evidencias del beneficio que
aporta a otros ámbitos del saber; alguna vez tendremos que dar cuenta de ello de
alguna forma dentro del mismo catálogo.
Conclusiones
Con el presente texto se ha buscado compartir la experiencia y dificultades por
las que este proyecto digital ha atravesado a lo largo de diez años de estar en
línea en aras de ofrecer un instrumento lo más completo y confiable, pero que se
mantenga en continuo crecimiento y robustecimiento con información estandarizada
para el estudio de este tipo de marcas de procedencia por parte de diferentes
instituciones en cualquier latitud.
Como muchos países en América Latina, México aún tiene rezagos en materia
bibliográfica — además de tecnológica —. Para el caso específico de México, una
carencia importante reside en no contar con un canon de autoridades unificado
para todas las instituciones que generamos catálogos bibliográficos, sean
digitales o no. Los pasos andados en otros países, especialmente España, que
constituye uno de nuestros referentes más cercanos, nos permiten contar con un
punto de apoyo para asentar de la forma más precisa muchas autoridades. No
obstante, y hay que decirlo, aún falta crear entradas normalizadas para muchos
autores mexicanos cuyas obras escasamente se distribuyeron en otros países. Como
mencionamos anteriormente, aun tenemos de frente el reto de que al menos ese
listado de autoridades generado a partir de los libros que conforman el CCMF,
mejore para constituir un fichero mucho más completo de autoridades. Este
catálogo, al que se hermana necesariamente el Bibliocatálogo de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, aún tienen un largo camino por andar en materia
de libro antiguo dado el genuino interés porque ambos sean herramientas
importantes y confiables para los materiales coloniales de que somos
depositarios. Si con ello aportamos una semilla para un futuro catálogo de
autoridades nacional, el esfuerzo habrá valido la pena.
Varias de las instituciones mexicanas que participan en este catálogo también
colaboran en el proyecto digital Primeros Libros de las
Américas. Impresos americanos del siglo XVI en las Bibliotecas del
mundo. Este proyecto nace en Texas, con la participación de la
Cushing Memorial Library de la Texas A&M University y de la Benson Latin
American Collection de la University of Texas at Austin. La Biblioteca Lafragua
desde el inicio se sumó como socio y luego coordinando las aportaciones de las
instituciones mexicanas y latinoamericanas. En cierta medida tienen ciertas
similitudes como proyectos digitales, pero varía mucho la forma en como se
procesa la información que ofrecen a los usuarios. La catalogación de los
impresos recae directamente en el personal de la biblioteca central de la
Universidad de Texas en Austin, aunque hay ciertos datos que la institución
custodia proporciona, especialmente las vinculadas a antiguos poseedores. Por
ende, los metadatos vinculados a las autoridades desde su inicio fueron un tema
controlado. En el ámbito de los primeros impresos americanos hay también
fascinantes descubrimientos que igualmente han requerido de investigaciones que
a veces toman mucho tiempo poder hacerlas públicas. Ambos proyectos vieron la
luz con poca distancia de tiempo y ambos siguen poniéndonos de frente a nuevos
retos y mejoras.
Si bien el título de este artículo se enfocó en el tema del canon de
autoridades, esperemos que el lector comprenda los retos a los que el CCMF se
enfrenta todavía. Si bien nos orgullece el crecimiento logrado en diez años,
somos conscientes de lo mucho que todavía falta para reunir y mostrar el vasto
universo de las «marcas de fuego» que se dieron en las librerías coloniales en
territorio mexicano. Además, resta aclarar la existencia de posibles improntas
en ámbito latinoamericano, de las cuales no teníamos certeza de su existencia.
No obstante, algunos de esos ejemplares sueltos que se desvinculan del resto de
la colección a la que pertenecieron nos han puesto de frente a casos que, si
bien tomará un tiempo aclararlos, son retos fascinantes. Otro lo constituye la
incorporación de aquellas improntas reportadas por el Dr. Barbieri en Italia, y
siguiendo en ámbito europeo, hemos empezado a tener noticias de otros libros
sueltos que están en importantes colecciones que sería ideal ir agregándolos.
Desconocemos todavía si se trata de libros procedentes de conventos mexicanos o
no. Estos pasos se irán logrando poco a poco pues es una realidad que no podemos
dedicarnos exclusivamente a la construcción de una herramienta bibliotecológica.
A ello hay que sumar la gestión de recursos financieros para franquear las
barreras geográficas e ir al encuentro de ese atractivo conjunto de improntas
que quisiéramos con gran ahínco incorporar.
“Por osado que sea investigar lo desconocido, mucho más lo
es inquirir lo desconocido.” Kaspar
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